Me encargaron una compilación de tatuajes para hacer el cuerpo de un libro titulado Tattoo Magic. La magia del tatuaje. Ante el reto, tuve varias dificultades. La primera fue entrevistar a tatuadores y verme interpelada cuando me preguntaban si tenía tatuajes. Respondía que no y enseguida revelaban su sorpresa: “¿Haces este libro y no te has tatuado todavía?”. “Sí”, asentía. Soy más de contemplación de tintas calcadas en otros cuerpos que no en el propio. Concibo los registros corporales en clave efímera y mi piel es extranjera de la tinta.
El segundo desafío fue ampliar mis conocimientos sobre los estilos que identifican las “tribus” globales que conforma la gente tatuada. Una cosa es llevar en la piel la cara del perro o la novia, categoría realista, y otra muy distinta elegir el estilo asiático o el Old School, con trazos particulares en cada caso, pero que definen un símbolo. Esta descripción podría desplazarse para catalogar la firma de Hugo Chávez, convertida en tatuaje. El tercer obstáculo fue la pauta del editor que exigía una introducción brevísima porque afirmaba que los tatuajes entran por los ojos y no necesitan de la escritura.
Cumplido el encargo, una de las conclusiones a las que llegué fue la conciencia que revelan la mayoría de los tatuadores cada vez que relatan el encuentro con el cliente. Cuando la gente llega al estudio no suele tener clara la elección: qué te tatúas, dónde, quién y cómo lo ejecuta, o cuánto cuesta tenerlo. Preguntas necesarias para decidir libremente qué, cómo, cuándo, cuánto y dónde llevar la sombra de tinta impresa en la piel.
Reincido en el escenario de las tintas para reflexionar sobre las jornadas gratuitas que ofrecieron el tatuaje de la firma del “Presidente eterno” evadiendo algunas de las interrogantes mencionadas anteriormente. Al “pueblo” le damos tatuajes, hay jornadas abiertas para sellarse al “eterno Presidente”. Nada más. El portafolio del tatuador se fue al basurero. El objetivo no es crear imágenes, sino reproducir la firma del comandante. La opción fue la firma y su gratuidad. Estigmas convertidos en dominio simbólico del llamado socialismo del siglo XXI hecho en Venezuela. Así parece que tatuarse no era el deseo a satisfacer, sino llevar en la piel un regalo gubernamental. No deja de resultar caricaturesco recordar el aniversario del Presidente fallecido recuperando la tradición de imprimir la tinta en la piel y destinando dinero público para auspiciar la reproducción de una firma extinguida. Sin embargo, lo paradójico de la iniciativa es que aún rallando en lo ridículo desafía y forja identidad. El gesto de identificación ideológica, el acto de tatuar la firma del “comandante supremo” conforma un gran mural del país que se está construyendo post mórtem Chávez: estamos bajo una imagen que no puede dejar de ser sombra. Se continúa derramando tinta personalista y de alabanza mortuoria. En efecto, lo sabía bien el editor del librito sobre la magia del tatuaje: el hechizo no se explica, se siente y ha de llevar en la piel.