Aymara Arreaza R.

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Jesús Soto, legado diferido


Publicado en
Culturas de La Vanguardia
Data
Dec 21st, 2005



Y muchas veces he estado en ese museo, pero esta vez fue substancial. Las conexiones estallan en esta visita: cuando se aprecian ciertas muestras artísticas contemporáneas, pareciera que la demanda de la participación del espectador es tácita, pero si miramos obras de mediados del siglo XX y decimos lo mismo, ¿dónde radica entonces la diferencia?

Recorriendo el Museo de Arte Moderno Jesús Soto en Ciudad Bolívar, Venezuela, la pregunta resurge y es porque en las obras de este artista interpelar al visitante es parte de la propuesta. Las obras de Soto configuran nuevos espacios que desplazan la noción figurativa para crear desde la abstracción, explicitan el movimiento, líneas y trazos logran dar la sensación de movilidad, propósito al que se le ha dado el nombre de arte cinético y del que Jesús Soto fue precursor. Con su muerte, el 14 de enero de 2005, no desaparecen los vínculos que en vida estableció con sus registros, esos que ahora, más que nunca, merecen ser recordados. Nació en Ciudad Bolívar en 1923 y desde joven se interesó por la pintura, por lo que estudió Bellas Artes en Caracas; después de varios años de desempeño como profesor, decidió viajar a París para confrontar sus experiencias con lo que sucedía en otros ámbitos. También para estirar las redes que vislumbraba entre sus obras y la abstracción, pero –como él mismo dijo varias veces– para sacar a ésta del cubismo, inventar otra abstracción, la cinética. Una tarea visionaria en esos años de postguerras mundiales y tibias fechas de despedida de la dictadura en su país.

Yendo más lejos, Soto en su tiempo comprendió que la figuración no le permitiría expresar sus búsquedas de totalidad en el espacio delimitado y que con ella tampoco podría imprimir dinamismo. Por eso es destacable el juego que propuso con las formas geométricas y sus disposiciones en el cuadro para conseguir la atención del espectador, que ya no es observador estático sino en acción continua. La abstracción en este caso genera el planteamiento lúdico como fuerza del arte para configurar otras realidades. Para quienes no hayan visto sus obras es importante perfilaré la sensación que me produce la visualización de alguno de sus trabajos. Mientras observo “Vibración” (1961) o “Vibración en blanco” (1960), la percepción desde diferentes ángulos refleja la multiplicidad de colores y sensaciones visuales. La apertura a distintas relaciones con el objeto está latente en estos primeros encuentros. El cinetismo que propone Soto surgió como oposición al arte geométrico: trastocó las formas cubistas.  Para él fueron referencias ineludibles Picasso, Mondrian, Moholy-Nagy; también se interesó por captar el momento tal como lo propusieron los impresionistas. En cada uno encontró señales para darle movilidad a sus representaciones. En otras palabras, en sus investigaciones condensó las formas de los artistas que le atrajeron y los contaminó con sus particulares mezclas para así vitalizar el tratamiento de la luz y los espacios que rastreaba.

Me pregunto qué hubiese pasado si a mis once años, por allá por los años 80, hubiese visto las obras de Soto con mirada deconstructiva. Leer en clave abstracta valiéndose de los elementos geométricos para desplazar y consolidar nuevos frentes. El gran aviso del artista. Ya no valían afirmaciones y falsas purezas, se debían evidenciar en las representaciones fracturas y vacíos, momentos de distensión como él los  advirtió desde sus inicios.

Y para eso están los penetrables. Son grandes estructuras donde se condensan masas de elementos suspendidos que serán habitados, cruzados por el espectador que pasa a ser cocreador de la obra. Impone la virtualidad, ya no sólo es necesario mirar sus obras, no basta. Consolida lluvias de nylon o alambre que simulan amplitudes, pero que verdaderamente son concreciones de la plenitud que se mueve. Mediante la repetición serial de los elementos que utiliza para materializar los penetrables, logra la vibración generada por el espectador y su estancia en el hueco que está entre el adentro y el afuera. Crea intersticios para las travesías. En este sentido, a Soto también se le considera precursorde la instalación, pensador, casi activista de esta manifestación artística, pues se vale de la fragmentación del espacio y de la disposición en él de un objeto para, tal como decía el propio Soto, dotar al vacío de relaciones inseparables: espacio, tiempo y movimiento. En otras palabras, le dice fuera a lo concreto para darle espacio al diferimiento de intuiciones, lo que vale –de creer en ello– es habitar escenarios, experimentar dentro de ellos. Multiplica la relación entre sujeto y objeto artístico. En el penetrable el espectador es verdaderamente parte de la obra. Soto propicia la intervención como fundamento para la experiencia del espacio arte. Logra la “libertad espacial”, como señala Jacqueline Goldberg.

En sus múltiples declaraciones, Soto dejó huellas para rastrear y acercarse a sus planteamientos artísticos, trabajó con la materialización del concepto. Considero entonces que sus palabras y obras deben ser revisitadas. “La plenitud se mueve. Concretización de esta plenitud en la que yo hago moverse a la gente y le hago sentir el cuerpo del espacio. La reproducción de la materia se volvería energía allí donde termina su superficie gracias a la vibración del fondo”. Estas últimas líneas podrían entenderse como los apuntes para su poética, pues compulsivamente expresó la necesidad de que la creación debe conjugar el bosquejo y su concretización en el espacio, cuando la única certeza –de haberla–  es que habitamos vacíos.

 
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