
Para mí es inevitable preguntarme por el autor cuando veo un filme o leo un libro o visito una exposición…
La obra en el formato que sea me revela la sensibilidad de la persona que crea. En el caso particular de Abbas Kiarostami, desde que vi Y la vida continúa, A través de los olivos, Ten on ten, El sabor de las cerezas… encontré a un amigo que me cuenta historias con las que dialogar sin necesidad de preámbulos. Es como si el cineasta me propone en mi papel de espectadora una complicidad en los modos de atender a las cosas, observarlas: abre mundos en los que cabe el ritmo atenuado sin ser lento, el enigma sin ser abstracto; la sorpresa es motor de los pasos que conforman las búsquedas en la vida.
Anoche, martes 3 de marzo, tuve la oportunidad de ir a ver por segunda vez ¿Dónde está la casa de mi amigo? La propuesta era especial porque Abbas Kiarostami presentaría la película y, después de la función, habría un coloquio con los asistentes. Pero una vez en la sala —llena de una gran mayoría de gente joven, una que otra cabeza blanca y todos con mirada despierta— apareció el director de la Filmoteca de Barcelona y dijo con voz quebrada: “Hay cambio de planes. Abbas Kiarostami está aquí pero nos ha pedido no hacer ninguna introducción porque para él no tiene ningún sentido presentarse y que la gente se vea tentada a irse sin ver la película. Hablemos después de la proyección”. Y así fue.
El gesto de cambiar el programa dio algunas señales sobre el modo en que este cineasta iraní concibe las maneras de compartir experiencias con el público.
Algo curioso pasó minutos antes de que se pusiera en marcha ¿Dónde está la casa de mi amigo?: proyectaron un anuncio publicitario del Barça. La gente no perdonó la intromisión del comercial y empezó a chiflar. Gritaban: “¡Se paga para ver cine, no para ser invadidos!”. Me alegró la manifestación improvisada y saber que más de trescientas personas coincidíamos en el asalto burlesco que hicieron en la sala los jugadores de fútbol patrocinados por una línea área. Anécdota aparte, el verdadero viaje comenzó en las puertas de un colegio de un pueblo del norte de Irán, con la historia del filme galardonado hace veintiocho años en el Festival de Locarno. Un trabajo que, a pesar de tener casi treinta años de vida, respira frescura, mucha vitalidad, suspenso y deja claro el mensaje sobre la disciplina y el compromiso que comporta la amistad.
Durante la charla hubo preguntas vinculadas con aspectos técnicos y anecdóticos de la trama filmada, así como la relación de Abbas Kiarostami con otros cineastas. Las respuestas no fueron esquivas. Incluso fueron transparentes y aludieron a la importancia de los espacios y tiempos de la vida en los que se está cuando se crea. El impulso para componer una historia pensada desde el cine (o cualquiera otro formato) surge inevitablemente de los estados de ánimos y las interrogantes que nos acompañan. Por supuesto el entorno que acompaña al cineasta también se introduce en el relato, pero los modos de organizar las imágenes, además de requerir técnica, deben estar llenos de intimismo y sensibilidad.
Me quedo con una idea que estuvo presente en todos los comentarios cargados de buen humor que hizo el cálido, rotundo y humilde Abbas Kiarostami. Explicó que no suele ver sus películas una vez realizadas. Solo es capaz de volver a Close-up y Shirin, y lo hace, dijo, porque puede disfrutar como un espectador, porque esos filmes, mientras se hicieron, tomaron sus propias riendas, estuvieron fuera de su control.
El mejor cine, en el que cuenta por supuesto el de Abbas Kiarostami, es el que surge de la sorpresa, del enigma y de esas búsquedas desde la mirada de quien trabaja para mantenerse amateur. Probablemente ese sea el secreto de este director que se lleva tan bien con los niños con los que ha rodado; pues con ellos comparte ese carácter incontrolable que les es tan propio.
Me alegra profundamente haber coincidido con este amigo y maestro en un sala de cine notoriamente llena. Me guardo algunas comentarios para futuros encuentros en los que espero tener tiempo de alzar la mano y compartir con Abbas Kiarostami mis impresiones sobre sus imágenes. En ellas me parece que laten huellas que conectan con la curiosidad ante eso nuevo justo delante de nuestros ojos y a la espera de que nos permitamos descubrirlo.