


«Quién sabe cuánto hace que me repito todo esto, y es penoso porque hubo una época en que las cosas me sucedían cuando menos pensaba en ellas…» El otro cielo, Julio Cortázar
Me ocurre con frecuencia que todo se deja andar, es permeable y cede terreno. Acepto sin resistencia que suceda lo que se presente, poder ir así de una cosa a la otra.
Hoy he quedado para ir a nadar a la piscina por la mañana. En la rutina de movimientos: subí a la bicicleta, pedaleé, contemplé la vía mientras me acercaba al punto de encuentro y, de repente, se empezó a desvanecer el paisaje. Así, literal: se borraba todo lo que delimitaba la playa, el horizonte, los edificios, la vela que perfila al hotel clavado a la orilla del mar… Se borraba todo lo que hacía atractivo –también nefasto– al paseo marítimo. Nosotros también desaparecíamos momentáneamente. La densidad del aire cegaba las existencias, los cuerpos… Se desvanecía la presencia y no sé si polvo somos y en polvo nos convertiremos, pero sí sé que niebla fui por un instante.
¿A dónde nos desintegra la niebla?
Pasajera como nuestros movimientos, algunos pensamientos, el parpadeo, pasajera la niebla se asienta en el aire e impone la sobriedad del paisaje en blanco, un lienzo por empezar, ¿terminado, o en su estado rústico y potencial?
Se esfuma el paisaje y nosotros con él. Aunque vi una mujer que se resistió a la extinción. Llevaba una gorra naranja. Ella caminaba rápido. Iba contra el tiempo, contra el fenómeno de nubes bajas, incluso contra ella misma. Pero eso creo que ella no lo sabía. Había también una pareja que encontró refugió en el plano de la ciudad. Señalaban con el dedo dónde estaban y se tocaban los hombros para saber dónde estaba la otra parte de esa unión voluntaria que emprendió un paseo entre apariencias blanquecinas. Con la mirada atenta, y a la espera para pasar al club donde está la piscina, me preguntaba por la extrañeza de este fenómeno, si sería posible que nos encontráramos en este panorama incierto que se configuró como la antesala de nuestro encuentro.
Recibí un mensaje y lo pude leer. Me preguntaba: “¿Dónde estás?”. Inmediatamente respondí: “Estoy entre la niebla”.
Dimos nueve pasos, pensamos todo lo que nos gustaría decirnos cuando fuésemos capaces de reunirnos y nos acostumbramos a las nuevas normas meteorológicas. Vivimos la suspensión. Nos abocamos a ella y recordamos Deconstructing Harry.
Y por eso, si echarse a la suerte de lo que depara el clima y el estado de ánimo parece entregarse al fortuito vagabundeo, me aferro a estas maneras que sacan lo mejor de la incertidumbre.
Al cabo de un rato marchó la niebla. Identificamos los edificios y el mar que se había desvanecido para dar paso a la brazada después de la inmersión en aguas azules.